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Hace dos años atrás, cuando tenía veinte, tuve mi primer contacto con la homofobia. Siempre empatizaba con las personas que la sufrían, alzaba la voz en redes o hasta en marchas, pero algo muy distinto es que te suceda a ti en carne propia.

Estaba tomado de la mano de la persona que más amaba en ese tiempo, caminando juntos, conversando de la vida y de nuestros planes, pero sobre todo disfrutando de ese efímero momento de felicidad a la que llamamos amor. Amábamos caminar y amábamos sostenernos con tanta fuerza, como si pudiéramos inmortalizar todo aquello que algún día dejaríamos de ser. Un entrelazo de manos irrompible.

De pronto, llegamos a un semáforo en rojo peatonal. Nos detuvimos, pero muy cerca de nosotros venía un camión de trabajadores de limpieza (de esos en los que hay dos al volante y en la parte de atrás están los demás sentados o parados) quienes se encontraban comiendo en tápers su almuerzo de la hora de descanso.

Como en cámara lenta, el camión va pasando y los trabajadores empiezan a gritarnos e insultarnos, pero lo que nos dejó en casi un estado de shock, fue que nos empezaron a tirar sus tápers y restos del almuerzo. Todo mientras pasaban por delante de nosotros.

Esos trabajadores, que muy probablemente se dirigían a limpiar o embellecer jardines en otra parte de la ciudad, estaban ahí, lanzando sus desperdicios como si fuéramos otra basura más. Como si en vez de dos personas, vieran a dos tachos gigantes. Y así nos sentimos.

Cuando pienso en cualquier tipo de discriminación, pienso en los efectos de ella más que en la misma como acción. Recuerdo haber terminado ese episodio, ver los ojos de la persona por la cual hubiera dado todo, ahora vacíos, dolidos, heridos. Y no fue que nos hayan lanzado cosas o gritado sin fines de insultos, fue ver esos ojos de desilusión lo que más me dolió.

Creí tener voz y descubrí que me la arrebataron. Creí que ese entrelazo de manos era irrompible y en pocos segundos se rompió. Nos hicieron sentir avergonzados por amar. Nos dejaron tan perplejos que nunca hablamos del tema. Nunca lo reflexionamos, nunca lo condenamos. Lo borramos de nuestra memoria como si nunca hubiera pasado. Inconscientemente, nos hicieron sentir como si lo merecíamos. Estaba muy equivocado.


Mi experiencia como parte de un macro. Una estadística más.

En el Perú, el 62.7% de miembros de la comunidad LGBTIQ+ asegura haber sufrido algún tipo de violencia y discriminación y en más del 60% de los casos, esta se produjo en espacios públicos o en el ámbito educativo, así como en diversas instituciones del Estado. (Según estadísticas del INEI)

Lo que justamente me llama la atención es que la encuesta señale como los principales agresores de la población LGTBIQ+ a los compañeros o padres de la escuela (55.8%), así como a los líderes religiosos (42.7%), funcionarios públicos (32.7%) y hasta a la propia familia (28%).

Es decir, que no basta con que el entorno familiar de una persona de la comunidad sea duro, crítico y hasta violento en algunos casos, sino que, desde el mismo Estado, las personas que deberían velar por nuestros derechos, por nuestra seguridad e integridad, también se refuerza y propicia este tipo de discriminación y odio.  

Ser una persona de la comunidad LGTBIQ+ y saber de estos hechos alarmantes causa que casi un 40.9% de las personas tengan temor de expresar su identidad de género en forma pública y en la mayoría de casos (72.5%) por miedo a ser víctima de violencia o discriminación, a perder a su familia (51.5%) o quedarse sin trabajo (44.7%).

Pero hay algo más, y en la que tal vez yo aporté al no alzar la voz en su momento, y es que solo el 4,4% de afectadas/os por actos de violencia denunció la última situación discriminatoria sufrida, pues la mayoría piensa que es una pérdida de tiempo, e incluso el 46,6% del grupo que sí hizo la denuncia, señalaron que el resultado final fue que no sancionaron al agresor.

Estas estadísticas me hacen reflexionar mucho y más que desalentar, al contrario, me motivan a exigir con más fuerza nuestros derechos. Me motiva a alzar mi voz por mis convicciones y a denunciar cualquier tipo de discriminación.

Sé que callé y dejé pasar ese momento tan cruel que nos hicieron vivir. Sé que lo puse en un lugar de mi memoria donde no podía alcanzarlo. Olvidarme de él y seguir adelante. Pero me pregunto ahora, ¿Cómo puedo seguir adelante si esto le pasa a más personas? ¿Cómo puedo seguir adelante si es una realidad que tenemos que afrontar a diario? Nuestra voz es la herramienta más importante que tenemos y sé que poco a poco, haciéndole frente a estas situaciones, podemos lograr un cambio. Tal vez no se pueda notar ahora, tal vez estemos desilusionados, pero tenemos que marcar el camino para las siguientes generaciones.

Pongámosle freno a la LGTBIfobia y visibilicemos la situación real

Para recibir asesoría legal gratuita y saber cómo denunciar estas agresiones, las personas LGBTIQ+ podrán llamar a la línea 1884 opción 1 del Ministerio de Justicia.

También puedes ingresar al siguiente link donde podrán conocer más acerca de sus derechos como de los procedimientos para hacer efectiva una denuncia. Observatorio Andaluz



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