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El colapso del techo del Real Plaza en Trujillo es una tragedia que deja al descubierto algo que en el Perú conocemos demasiado bien: la negligencia, la falta de supervisión y fiscalización y; por último, la corrupción nos están costando vidas.

Seis personas fallecidas, más de 70 heridas. Hace más de un año, la municipalidad ya había alertado sobre deficiencias estructurales en el centro comercial y hasta lo clausuró temporalmente. Pero con el tiempo, los problemas «desaparecieron» y el establecimiento siguió operando. ¿Se corrigieron realmente los problemas? ¿Se tomaron todas las medidas necesarias para garantizar la seguridad de las personas?

No podemos seguir normalizando que las advertencias queden en papeles y que la seguridad de las personas dependa de quién tiene más influencias o dinero para «acelerar» permisos. No es la primera vez que una estructura colapsa en nuestro país por falta de fiscalización o mantenimiento, recordemos el reciente nefasto caso del puente en Chancay, y ahora la negación de LATAM de aterrizar en el aeropuerto de Jaén por su deplorable estado.

Duele pensar en las víctimas, en quienes fueron a un centro comercial sin imaginar que no volverían a casa. Duele saber que esto se pudo evitar. Pero más duele que, pasada la indignación inicial, volvamos a la rutina sin exigir responsabilidades y sin presionar para que de una vez por todas se garantice que espacios públicos y privados cumplan con los estándares de seguridad.

La presunta corrupción en distintos niveles en este caso, no solo roba dinero señores, roba vidas. Y hasta que no entendamos eso, tragedias como la de Trujillo seguirán repitiéndose.

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